lunes, 21 de enero de 2008

Fulgurar

Pasan los años y tú sigues allí. A veces pareciera que te congelas y que me matas sólo en ocasiones. Pero en otras duele, encanta, se sufre, se sonríe y ama como la primera vez. ¿La recuerdas? Yo lo hago como cada dos horas, cuando no tengo nada que hacer y cuando lo tengo que hacer todo. Llegaste enjutamente agobiada y hermosa. Al otro día te acercas como si hubiésemos compartido innumerables noches de tragos mal hechos. Eso fue más fuerte. Te observaba, como siempre, sin poder hacer nada más que eso, cuando tus ojos apuntaron los míos. Avanzabas, avanzabas y no dejaste de avanzar. ¿Estás aburrido?, preguntaste en el momento en el que te sentaste a mi lado. No, contesté yo. Y no recuerdo más. Simplemente esos minutos se me borraron. Me superaste.

Oficialmente todo partió en mi casa. ¿Qué te dije? No tengo idea. Pero la suerte estaba echada. No sin antes de robarte el beso más tímido de la historia, te lleve de la mano hasta la esquina. Tomaste un colectivo y me regalaste un infantil y tierno- pero sensual, siempre muy sensual- saludo.

De las cosas más lindas recuerdo dos. La primera fueron un par de llamadas que no logré atender. Cuando contesté en lugar de un "hola" me regalaste un "al fin". ¡Cuánto pueden significar esas dos palabritas! Cierra los ojos y piénsalo un rato flaca. Veraz que sentirás desde un beso hasta la felicidad.

Y la segunda es la mejor. Llegué muy temprano como de costumbre. Me doy vuelta y estabas a pocos metros. Yo levanto la cabeza como diciendo "hola". Tú abres los ojos, los del fulgurar, en señal de reproche. Me dices "salúdame" en realidad pidiendo, y a su vez ordenando, que te abrace y te bese. Y eso hice amada. Y acá termina la historia, porque lo demás ya lo sufrí demasiado.

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